viernes, 5 de diciembre de 2008

Imuris, en las colindancias del desierto, choque cultural a la hora de la conquista

INTRODUCCIÓN


En primer lugar deseo felicitar a las autoridades de la unidad regional norte, especialmente al vicerrector y a la División de Ciencias Sociales por la convocatoria para realizar el Primer simposio de Historia, economía y cultura de las comunidades del desierto de Sonora. Esperamos este evento se lleve a cabo año con año hasta constituir una necesaria tradición. También esperamos que con el tiempo pase de ser un evento regional a uno de carácter internacional, como está implícito en la propia convocatoria. En lo personal me ofrece la oportunidad de presentar ponencias de un lugar donde existe mucho por descubrir.

En la presente ponencia exponemos centralmente las condiciones en que se encontraban los pobladores originales de lo que hoy conocemos como el municipio de Imuris, con cabecera en la población del mismo nombre, a la hora de la llegada de los españoles, así como la transformación operada en el ámbito material y espiritual de los antiguos moradores de la región a partir de la imposición de nuevos parámetro culturales llegados con la conquista. Partimos en ese entendido de que la cultura es todo lo que hacemos todos todos los días.


LOS ORIGINALES

No sabemos cuando llegaron los primeros pobladores a lo que hoy se conoce como Imuris, al llegar los españoles encontraron lo que llaman “rancherías que se dedicaban a la producción de maíz, calabaza, frijol utilizando las aguas de los arroyos. Es decir, eran grupos humanos pertenecientes a la cultura de trincheras y que los españoles identificaron como pimas de la familia yuto-azteca, que transitaban ya por la domesticación y cultivo de plantas no originales de la región sino del ámbito mesoamericano. No existe evidencia de la domesticación de animales además de la agricultura desarrollaban la recolección de berros, quelites, péchita, pitaya y la caza del venado y otro animales menores. Los instrumentos eran de piedra (hachas, molcajetes, de los cuales hay harta evidencia) y de madera. Sin embargo en lo personal no se ha observado la clásica cerámica púrpura sobre rojo característico de la “cultura trincheras”.


La mas fuerte evidencia de que las rancherías que encontraron los españoles pertenecían a la cultura trincheras se encuentra en un cerro llamado hoy del agua caliente que se encuentra al sureste de la población de Imuris y es parte de una corta cordillera que es bordeada al norte por lo que llamamos río ( en realidad arroyo ) Magdalena o Asunción. En el podemos todavía observar a pesar del deterioro de los últimos años, las disminuidas trincheras, en forma de corrales o cuartos, en este caso seguramente de defensa y en menor medida de contención de aguas. En una visita en el verano del 2000 contamos a la luz vistas 20 molcajetes todas quebradas y destruidas. En una grieta en la roca, cueva dicen los lugareños, a la vieja usanza los antiguos moradores desarrollaron pictografías que prácticamente están desapareciendo con el tiempo y bajo la mano destructora de las nuevas generaciones que no entienden la importancia de esas huellas de nuestros antepasados. Es fácil inferir el pensamiento prevaleciente de carácter mágico ligado posiblemente con el culto al aire. Todavía circula en la actualidad el mito de la existencia de un volcán de aire, incluso ancianos hoy que estuvieron en la primera mitad del siglo XX afirman haberlo visto y que hacía volar los sombreros.


La primera referencia por escrito al fenómeno la dio el capitán Juan Mateo Monge, quien acompañando al padre jesuita, Luis Velarde en 1699, refiriéndose a otro caso afirmaba: “otro ahujero semejante hay en un cerro cercano al pueblo de “Imuri” que llama viurikue , esto es casa de aire, otro secreto de naturaleza aunque no dejaran los pimas de tener algunas supersticiones acerca de sus efectos”. A decir de Manuel Roble Ortiz, originario por cierto de la población el referido volcán de aire se producía por la comunicación de una grieta estrecha con un acantilado donde al ponerse en contacto aire de diferentes temperaturas se producía el fenómeno referido. Para él el volcán desapareció tapado por la tierra caída con la erosión, la cera de velas puesta por los lugareños en semanas santas posteriores y, excavaciones de alucinados buscando tesoros en los mitos que no entienden.


LOS RECIEN LLEGADOS

El primer sacerdote europeo que visitó la ranchería Emeris fue pedro Pantoja en 1652. Treinta y cinco años después, en 1687, el jesuita Eusebio Francisco Kino funda el primer pueblo de lugar llamándolo San José de Emeris (almanaque de Sonora) la etimología de la palabra es dudosa lo mas probable de Imvuirá que significa ave de agua en ese caso refiriéndose seguramente a los “tildios” abundantes y llamativos que proliferan en los arroyos Bambuto (también denominado los alisos) y Babasac (cocóspera) que se unen al final de la loma donde se asienta el pueblo y que con otros afluentes de agua forman en Magdalena. Otra posibilidad creo mas remota es la palabra de origen opata Himuvari que significa cigarro (Flavio Molina 1976, pag. 55).

El choque cultural fue catastrófico para los naturales que lo vivieron como apocalipsis, especialmente por las enfermedades desatadas. Hubo sin embargo aportaciones mutuas, una mezcal racial y cultural durante la colonia que dio como resultado un pueblo mestizo que con el tiempo seriamos los mexicanos.

La aportación material del mundo europeo es variada: Nuevas plantas de cultivo que se sumaron a las autóctonos como el trigo, los frutales (duraznos, albericoque, membrillos y granadas) que con tanta devoción desarrollaron los jesuitas, especialmente Kino en la región, aportaron también animales domésticos como el caballo, la mula, vacas, cabras, gallinas. La introducción de arados, clavos y otros instrumentos de hierro, utilizando los sistemas de represamiento y orientación productiva del agua con nuevas técnicas y productos desarrollaron la agricultura así como la ganadería.


No solo en el ámbito técnico productivo hubo innovación, también naturalmente en la organización social. La dispersión en bandas de los originales pobladores retrasó la conquista un siglo en el Noroeste de México y obligó a innovar la forma de sujeción estableciéndose la misión y el presidio. La misión era pueblo de indios congregados por un clérigo con o, para decirlo de otra manera, un instrumento de la iglesia y la corona para concentrar y poder catequizar y conquistar a los indios.


La misión eran los indios congregados y dirigidos por misioneros consistente además en las tierras de misión, algunos para beneficio de los originales otras para peculio de la misión. Naturalmente la construcción central dela misión era la iglesia hecha de adobe madera y estuco que en el caso de Imuris desapareció hace mucho mas de un siglo. Existían también la casa habitación del sacerdote y los miembros de la comunidad.


En ellas se producían bienes agrícolas y pecuarios y en menor medida artesanías (textiles madera y barro) que los clérigos enseñaron a los naturales o viceversa. Del producto del trabajo de las misiones vivieron no solo sus habitantes, también los asentados en los presidios en la medida que se desarrollaban, así como los pueblos mineros (entre ellos los reales de minas) cuando mas tarde comenzaron a fundarse.


Las misiones, creadas como instituciones transitorias se quedaron el la historia regional mas de un siglo, hasta 1767 en manos de los jesuitas y después en las de los franciscanos hasta 1828. Su duración da cuenta de la importancia que llegaron a tener en el ámbito económico político e ideológico, lo bien que estaban amoldados a las condiciones del proyecto de dominación de la corona.


Efectivamente, a través de ese instrumento congregaron a los indígenas, los catequizaron incorporándolos a una nueva visión del mundo, a la católica. Pero también a través de los intercambios mercantiles aportaron a los centros mineros y a los presidios los productos necesarios para su subsistencia a cambio de metal que la misión utilizaba para comprar enseres que no producía. También de las misiones de Sonora, especialmente de las fundadas por Kino en el alto río San Miguel y el Asunción, salió el apoyo para avanzar en la conquista de la alta y la baja california, así como para sostener los presidios como el de Tubac o el de Fronteras que defendían el territorio ante el embate de los pueblos habitantes mas allá de la frontera española. Muchos asentamientos poblacionales originalmente misiones como es el caso que nos ocupa persistieron a pesar de la desaparición de la institución, ahora como pueblos mestizos y con propiedad privada.


Si la misión fue una palanca para extender y consolidar la conquista temporal y espiritual de los habitantes originales de estas tierras, con el tiempo se convirtió en un estorbo para el avance capitalista. Nada lo expresa mejor que el enfrentamiento permanente entre los misioneros por una parte y los mineros y funcionarios de la corona por la otra. Los segundos deploraban que las misiones retenían la mano de obra indígena y las tierras que desde su óptica debería ser libres para su contratación y venta. El conflicto se resolvió primero con la expulsión de los jesuitas y la desaparición posterior de la misión.

jueves, 4 de diciembre de 2008

martes, 2 de diciembre de 2008